LOS INFORMALES
Blog literario
Escritura
al margen
Edgar Cuero
Poemas
De la nada, un suspiro
De pestañas taciturnas
nació un suspiro de ojos,
de labios que invitaban a besarlos,
solamente en la pulpa roja del amor.
Las mejillas pedÃan
esos polvos de hechicera enamorada.
De la nada supe de tu amor
desbordado en música,
llamando al ritual de un carnaval.
Y entré en ti,
en la trastienda de mieles almacenadas
como un pico de colibrÃ.
Un agosto atrevido
Nuestros besos y caricias
se pierden en la fluida tarde,
arropada por la brisa.
El viento dócil con cosquillas de amor,
masajea nuestras risas.
Tu vestido se evapora y se va
en el cuerpo de Agosto,
inundado de papeles de colores.
Ruborizada de pinturas,
agosto procura arrebatarte de mismanos.
Congelado en ojos de colores:
el pronto regreso de tu vestido, me salva.
La musa difusa
Soy un viejo poeta que desea la actitud del adolescente.
Mi cerebro rÃe a carcajadas
y mis ojos miran sin permiso.
Me inspiro en el canto amarillo del pájaro.
Mis versos buscan cuerpos femeninos:
plenos, redondos.
Quiero cantar sobre el papel,
pero toso y salpico palabras
que lloran sin sentido.
Quiero llorar y besar mis lágrimas.
Abrazo a las mujeres, no quiero besos,
mis labios son estropajos secos.
Camino tras los pájaros,
lleno de escalofrÃos imito sus saltos.
Espero la luna entre lápidas
de muertos para solicitar un beso
y exigir las verdades sepultadas.
Dejo mi cerebro a solas con su
batir de dientes a esperar
la musa difusa, confusa y obtusa también.
Escribo con todos los sentidos
palabras ciegas en papel blanco.
Los hombres matan lo que quieren
La fatigante tarde del sol enmarañado
doblega los danzantes de pies hinchados,
del jardÃn salen aromas de flores reposadas
y las pinceladas purpuras en el cielo
adormecen aún más la atmosfera que muere.
A los hombres les da el ansia de matar
lo que quieren.
Y las mujeres los miran
con el recelo de un animal feroz.
La cárcel del amor suelta cerraduras
en un desorden de alarma de media noche,
el vaho de un dÃa que muere
amarra el cuerpo de los danzantes que
se comunican por la sencilla razón
de que por el corazón transita una música
que abre y cierra la región oscura
donde entran bailando los amantes.
Hilera de fuego que gira con el mundo
En las noches el dolor es soñar.
Al despertar siento mis ojos inundados
de llanto y el cuerpo liviano
navega entre vapores
de llamas.
Veo los libros que leà dormido
quemándose en una hilera que gira
con el mundo.
Trato de apagar las hojas que
silban entre las llamas
con mis orines de caballo abundante.
Muchos hombres de corazón hecho polvo
me atan a un árbol y me marcan
con hierro rojo que han encendido
en el fuego de los libros.
Aprovechan para ahorcar mujeres
de pensamientos y vidas excepcionales,
por besar a los hombres usando espejos.
Por ofrecer brebajes de matas calientes
que sacan el odio al corazón
y nos convierten casi en gatos mullidos y pacientes.
Veo a los ángeles escribiendo en pizarrones de nubes
sin atreverse a bajar.
¿Qué escriben? ¿Copian los libros incendiados?
Sólo sé que en cada sueño
me marcarán de nuevo con el hierro.
Una mujer me ofrece espumas gentiles que fluyen de sus senos.
Alejándonos vemos libros transmutadas en espÃritus entrelazados.
La santa enamorada
Reloj con poca vida en sus manecillas
esperando el toque de campana
manoseo del badajo
de la mano de un monje franciscano.
Recuerdos jóvenes, recuerdos viejos
depositados en su caminar de dromedario.
Reloj silencioso, no caminas
te deslizas callado sobre los muslos de mujer deseada.
Olor de piel que desgasta mis ojos.
eres un ángel sin alas reloj;
enmarcado en catedrales de fachadas volcánicas
los polvos de los años pasan y lamen tus aristas.
Y por tus horas fracturadas camino
Al interior del misterio y el culto.
Diviso la santa, me enamora su sonrisa
superior a la mÃa.
Miro de reojo al matador de dragones que descansa a su lado.
Pernocto en las bancas largas y pulidas
y oigo tu caminar mudo de
minutos y segundos;
tu desfallecimiento es mi agonÃa.
Las campanas rotas plañen
acompañando a los ángeles músicos.
Elijo al serafÃn de torneada flauta
y subimos sobre nubes humos de velas,
a darle manivela al reloj ya sin vida;
necesito solo un minuto, un segundo,
para mirar de nuevo a la santa
su sonrisa enamorada.