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Escritura

  al margen

 

El visitante

Por Johana Montenegro

5 de marzo de 1998, viajo a la ciudad Dorada. Se dice que en esa ciudad existe la posibilidad de progresar y obtener reconocimiento. Al bajar del bus, cargando mi maleta, la ciudad Dorada está llena de árboles, casas de madera y paja, terrenos amplios para cultivar. Pero antes de entrar, una joven alta, de ojos grises que está adelante de una pared de cristal me hace leer un papel y luego firmarlo para poder  ingresar a la ciudad —que para mí no es tal cosa, ¿Por qué decir que es una ciudad?—, retienen mi documento de identidad, siento que no es necesario, que es un delito, pero, en los papeles que firmé autorizo eso y  otras cosas.

 

Autorizan que siga. Puedo observar el paisaje, sentir y respirar el aire fresco de esta tierra prospera. El señor Enrique, el líder espiritual se acerca dónde estoy, para mostrarme la ciudad Dorada. Al terminar el recorrido y haber conocido más gente, la última parada es en la maloca donde me hospedaré. En la habitación al recorrer una cortina, me recuesto a dormir en la colchoneta que me ofrecen.

 

El lugar donde estoy lo cubre una nube negra, lo único que veo son siluetas de personas luchando. Una mujer con un arco, lanza su flecha donde estoy. Me despierto tocando mi cuerpo para verificar que no estoy herido. Me fijo en mi reloj de pulso, son las dos de la tarde.

Sin previo aviso, una joven ingresa en mi habitación, es la misma mujer de ojos grises que me atendió antes de ingresar y me extiende otro papel para que lo lea, al recibírselo se marcha. Al leerlo me sorprende que sea una advertencia amenazadora que me comunica que haga lo que debo hacer y me marche prontamente sino tendré que asumir las consecuencias. Busqué la mujer, pero no logré hablar con ella. Me observan los que se supone trabajan, me acerco a un joven, que puede tener la misma edad que yo. Deja de arar la tierra para atenderme, cuando le cuento que estoy buscando esa muchacha, descubro que su nombre es Isabela, la hija del líder espiritual de la Dorada. El joven especifica que sería mejor no buscarla y sigue su actividad.

 

Camino lentamente por las calles sin pavimentar, veo al señor Enrique, inconscientemente me le acerco. Hablando con él me entero que esa nota que leí no es una amenaza, sólo desean que esté lejos. Para que la ciudad Dorada continúe como es, evitan la permanencia de los visitantes.     

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