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Escritura

  al margen

 

Variaciones

Por Julián A. Hernández C. 

 

A

rgumento: desde hace un par de meses tengo una pequeña obsesión, capaz de impedirme el sueño. Los motivos son vagos, no podría detallar con precisión el origen, me resulta ridículo —pierdo el sueño con frecuencia desde los cinco años, no doy importancia a las cosas que pienso en la madrugada, las mismas tonterías que pienso en el día (pero algo lentas)—. Ha sido diferente desde hace poco. He recordado una serie de hombres que me roban el sueño y encuentro similitudes de ellos en mí, y esa sospecha me desasosiega.  

 

 

Variación I

Ese personaje (de Calvino)

 

El 24 de agosto, un día antes a mi cumpleaños, mientras llegaba a la tienda por un sobre de mayonesa, recordé la historia de un hombre que se enlistó para la guerra con el propósito de asesinar un enemigo secreto. Ninguno de sus camaradas daba importancia a un capricho de ese tipo (la guerra es para asesinar y conmemoran por eso, pensaban). Otros soldados tenían razón (en el sentido práctico) de

 

 

considerar absurdo y caprichoso a un hombre que se involucraba en la confrontación para asesinar un enemigo personal, no era menos que una acción mezquina y torpe. La guerra acabó y el hombre había cumplido de forma sobresaliente su trabajo: había asesinado a numerosos enemigos ajenos, pero no al suyo. Hasta acabar la guerra, el enemigo representaba una pasión ordinaria: la venganza.

 

El fracaso, y los crímenes cometidos, trocaron los motivos del asesinato de su enemigo de algo pasional a una acción expiatoria que debía ser ofrendada para librarlo de la responsabilidad de los crímenes de guerra. Cuando encontró a su enemigo y lo asesinó, fue llevado a la cárcel. He pensado mucho sobre este personaje, pienso en la importancia del fracaso, y las diferentes formas, muchas de ellas sigilosas, para capturar hombres. 

 

 

Variación II

Federico Lombardo (1650-1675)

 

Lombardo nació en una colonia inglesa del nuevo mundo, su padre predicó el evangelio a los nativos y educó al muchacho con una disciplina castrense. A los diez años repetía extensos fragmentos de la Biblia y conocía los recovecos que justificaban las incoherencias de su Dios; en la colonia de “Ever Faith”, en la Florida, era una especie de pequeño genio al que las madres de sus amigos atendían con una pulcritud insoportable; diferente pasaba a los niños que lo veían como a una aberración que debía ser exiliada. Cuando fue consciente del malestar que provocaba a sus “hermanos”, decidió aislarse para evitar el pecado a las personas que había aprendido a amar con una piedad arrogante —para él resultaba increíble que los demás no entendieran a Dios como lo había logrado él, los veía como criaturas primitivas que necesitaban paciencia—.

 

A los veinte años llevaba cinco encerrado en la casa de sus padres y nadie lograba apartarlo de la Palabra o persuadirlo a salir de casa. Federico logró hablar con Dios —al menos eso sugería a sus padres, que gracias a la suspicacia infectada de paranoia de los religiosos poco a poco sospechaban que una influencia maligna había hecho de Lombardo otra persona—. Esas sospechas cobraron fuerza cuando su padre encontró fragmentos de versos que consideró heréticos:

 

Dios supo lo que me esperaba,

llegaría a este lugar para conocerlo y

me dejaría a merced de los males y angustias:

a mi Señor sólo puedo llegar como el hombre

que se aventura a contemplar la fenomenal fuerza de

una bestia, con la certeza de ser devorado.

 

Luego de leer esos fragmentos ingenuos, el padre de Lombardo lo consideró un hereje que debía ser juzgado para librarlo de la ira de Dios. El 25 de agosto de 1675, con la disposición anímica inquebrantable, Lombardo lucía ecuánime y no evitaba sonrisas para todos los que iba encontrando en el camino; ellos sentían que lo castigaban, sin saber que él lo tomaba como una recompensa a la paciencia que les había tenido.

 

 

Variación III

Andrés-Bernardo-Julio Jaramillo Vásquez (1980-2011)

 

(Creo que la muerte de un hombre se puede fechar en el último momento que nos enteramos de sus acciones).

 

Cuando nació, hubo una discusión por el nombre que llevaría. El padre pensaba uno y la madre otro. Sus padres decidieron registrarlo con un nombre diferente al que cada uno había considerado… Finalmente, decidieron que Andrés era el nombre indicado para identificarlo legalmente —el señor Jaramillo y la señora Vásquez coincidieron que era propicio para llevar a cabo todas las diligencias burocráticas—.

 

A pesar del Andrés, cada uno lo llamaba como había pensado inicialmente: para su madre era Bernardo y para su padre, Julio. Jaramillo creció lidiando con tres identidades y a pesar de que estaba naturalmente inclinado a ser un tipo ordenado, no sabía si era Julio o Bernardo quien disfrutaba fastidiando a sus compañeros hasta el llanto (nunca sospechaba de Andrés porque le parecía un nombre manso).

 

A los quince años, a punto de finalizar bachillerato, descubrió que le gustaba pintar; —siempre había hecho reproducciones de  personajes japoneses—. Pero a los quince fue distinto, intuyó que podía cambiar las cosas gracias al arte, —no fue una intuición espontánea, ésta llegó a él después de leer la historia de Wang-Fo—, Jaramillo no necesitaba salvarse de ningún emperador desengañado, necesitaba huir de casa, de sus padres, de Bernardo y Julio. El buen muchacho convencido de que la pintura le ayudaría a lidiar con todo eso pasó cinco años estudiando en una escuela modesta de su pueblo, el profesor le enseñó los rudimentos de la pintura y le expuso los pintores que denominaba apasionadamente “los grandes”. Pocas cosas se pueden saber de su vida entre los 20 y 31 años, salvo que recién cumplidos los 31 años viajó a Paris para recorrer los museos y presenciar la magia de los “grandes”. Nada más he podido saber de ese tipo. 

 

 

Variación IV

Un emperador caprichoso

 

— ¿Sabías que un emperador chino tenía la costumbre de conservar los soldados más fuertes de los ejércitos que derrotaba y había ordenado llevarlos a palacio para que los ataran por los pasillos, cerca de las mascotas imperiales?

 

— No.

 

— Había instruido a los sirvientes de palacio para que disminuyeran progresivamente la comida a los soldados y aumentaran la de los animales; de esa forma los guerreros enflaquecían y los animales engordaban frenéticamente. Tiempo después, unos morían de hambre y otros de gordos.

 

— ¿Ninguno habrá quitado la comida al perro vecino? 

 

— No creo, los chinos son muy disciplinados.

 

 

Variación V

La mayonesa

 

Le dicen mayonesa porque no dejaba de repetir el coro de una canción espantosa que había alterado: “mayonesa/yo la bato/como haciendo/mayonesa”. Tiene 12 años y a los 8 decidió ser malo. Para conseguirlo se aproximó a un primo que en casa le habían prohibido visitar. Su primo tenía una idea fanática del honor, y cuando hablaba de la importancia de acabar con el enemigo, resultaba fácil creer sus disparates. Para mayonesa fue así, el primo se hospedó en su casa  por unos meses cuando (mayonesa) tenía 8 y creció admirándolo —ya sabes cómo son los niños—.

 

Ayer disparó un arma que construyeron en casa, el cañón había quedado mal  fabricado y la munición se atascó, provocando una explosión que le voló parte de la mano derecha. —Según entiendo, ahora quedó sirviendo para nada el muchachito.

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