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Escritura

  al margen

 

Un hombre feliz

Por Julián Alejandro Hernández

Al salir de casa, prefiero las calles cortas, pero con pasadizos; no he sabido cómo se llaman ese tipo de calles —ojalá alguna vez lo descubra—. Había en ese pueblo que viví a los doce años, una serie de calles, tan enredada,  que las personas decidieron llamarla, “la tripa”. Ellos habían asociado  inconscientemente  las intrincadas formas de los andenes con vísceras de cerdos y reces que colgaban en la carnicería. Pero fíjese usted, he descubierto después de mucho pensar, que no era poca cosa vincular tripas con calles: el carnicero trenzaba las tripas con precisión, tajaba pacientemente la carne, se esmeraba en su oficio y no había una sola mosca en el local. La carnicería, que se llamaba “El mesón de Eva”, era la única institución organizada que conocían. En esa época no lo noté, pero el carnicero de “El mesón de Eva” fue el mejor de todos los que he visto en mi vida. Caminar por “la tripa” para llegar al colegio, era grato. Un día sin mayor alboroto, el hombre que atendía a todos, apareció colgado en su negocio.

 

No tiene sentido decir que un hombre es infeliz, todos lo somos, algunos de forma hipócrita. Se puede experimentar la mayor infelicidad si se desatara el cordón del zapato izquierdo, poco antes de subir al bus. Por los ridículos motivos que provocan a algunos a suicidarse, descubrimos que para la infelicidad, falta poca cosa, —una excepción: supe de un hombre que dejó una nota suicida: “estoy tranquilo, prefiero que sea ahora. Chao a todos”—. Asuntos de Dios. Soy derecho, depender de una mano específica, me frustra.  

 

Crecí en un hogar de padres creyentes, de ellos aprendí que el suicidio es un pecado mayor, pues como Dios nos mandó al atolladero, es él quien decide cuando acaba el asunto. Los religiosos aprenden que puede invertirse toda la vida con el propósito de conseguir la felicidad y, eso es raro. Jehová es el protagonista en todas las comedias protestantes, tiene como función sostener  esa comedia  en la que el estrés pre menstrual gobierna y, nadie puede estar tranquilo con los cambios anímicos del personaje. Dando mérito a los esfuerzos de la divinidad: típicamente los religiosos son infelices o iracundos.  Habrán episodios efímeros en los que uno se puede sentir extraño, religiosos o laicos pueden experimentarlo, al no hallar palabras que designen ese estado anímico, se dirá: estoy feliz. Los estoicos si sabían de ser felices, si les daban por culo, forzaban una sonrisa.

 

 

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